Mario.

Mario era un niño al que le encantaba acercarse al parque todas las tardes. Para él no había camino mejor que el que se dirigía al lugar de juegos y distracciones por excelencia para cualquier crío. Aquel era un sitio mágico, sobre todo a su temprana edad, ya que solamente contaba con cinco años y no había dejado de ir cada día desde que había cumplido los dos. Las únicas excepciones, que sus padres recordaban con cariño, eran las vacaciones fuera de allí y un par de ocasiones en las que por unas fiestas familiares no les había sido posible llevarlo a jugar.
Cuando ya estaba cansado de moverse en los balancines y de saltar, Mario se acercaba al estanque de los patos y los saludaba mientras muchos padres llevaban en cuello a otros niños más pequeños que él y les enseñaban los animales con cariño. «Mira, hija, estos son los patitos. ¿No son muy bonitos?» decían muchos. «¿Te gustan?» insistían otros cuando sus infantes comenzaban a llorar enfurruñados o indicaban con sus diminutos dedos que querían irse al tobogán. Pero lo que realmente le gustaba a Mario era observar los pavos reales cuyas coloridas y llamativas plumas quería todo el mundo tocar. El pequeño Mario sonreía porque como le contaba Mamá él también había hecho lo mismo: correr tras aquellas bellas criaturas de exótico plumaje. Para los niños los pavos reales eran unos animales fantásticos con un disfraz azul y verde que solo habían tenido oportunidad de ver allí: en el parque.
-¿Yo también hice eso?
-¡Sí, como todos, Mario! -Le contaba su madre divertida. ¿Quién no lo había hecho en la más tierna infancia?- Todos los niños corréis tras ellos porque os llaman la atención. Los pavos os atraen de una manera ¡única!
Un día se encontraba Mario apoyado a la barandilla de «la casa de los pavos» cuando un niño que parecía tener su misma edad comenzó a chillar asustado. -¡Mamá, Mamá!-Lloraba-¡El pavo real ha intentado darme un picotazo! Y echó a correr a los brazos de su progenitora a toda prisa porque quería alejarse cuánto más le fuera posible de aquel pequeño cercado.
Mario se quedó mirando al niño y a su madre que ya se alejaban y ladeó la cabeza antes de agarrarse de nuevo para mirar más de cerca a los pavos que escapaban de su casa. ¿Por qué nunca lo habrían intentado morder a él? Se preguntó Mario.
-Mamá-Le preguntó cuando volvían a casa.-Hoy un niño ha escapado corriendo del pavo real porque el pavo intentó picarlo-se explicó Mario con rapidez-pero conmigo nunca han hecho eso. ¿Por qué?
-Veamos, ¿el niño le hizo algo al pavo? Mario asintió con mayor rapidez que le había contado la historia a su madre.
-¡Sí! El niño no le dio nada y además quiso tocarlo. Yo creo que el pavo tuvo miedo… Contestó mirando al suelo.
-¡Pues por eso nunca te han intentado picar a ti, hijo!-Le sonrió su madre con ternura.-Porque tú les das parte de tus gusanitos y no quieres tocarlos así de repente. ¡¿Cómo no se habría dado cuenta Mario antes?! ¡Él siempre compartía con ellos!
-¡Muchas gracias, Mamá! Ahora sé cuánto les gustan los gusanitos y las chucherías a los pavos reales y ¡podré ayudar a otros niños!
Con aquella explicación el pequeño Mario se quedó muy satisfecho y marchó sonriente agarrado de la mano de su madre. Ahora solo pensaba en el día siguiente, en la hora de volver al parque y de explicarles a sus amigos lo que tenían que hacer para ser amigos de los pavos reales.
-¡El pavo se marcha! ¡Se marcha el pavo!-Exclama una niña desesperada. ¿Por qué no querrían quedarse a jugar junto a ellos? ¡Desde luego vaya animales que compraban para llevar al parque!
-¡Espera! Tienes que darles algo a cambio para que se queden. ¡Y tened cuidado! Ayer casi pican a un niño. Pero a mí me quieren mucho porque les traigo cosas para comer.
-¿Les gustan los gusanitos? ¿O… qué es lo que traes en esa bolsa, Mario? Se acercaron muchos a preguntarle.
-¡Gusanitos! ¡Tomad! Podéis coger unos pocos. ¡Ya veréis cómo se acercan y no se van!
Todos los niños del parque se acercaron con suma rapidez para observar al pequeño Mario. ¿Qué estaría haciendo para tener tanto éxito? «¡Vaya cantidad de gente has concentrado, Mario» llegaron a comentarle. Los pavos comían al vuelo el alimento que les regalaban los niños con cariño.
-¡Muchas gracias, Mario! ¡Los pavos ya son nuestros amigos!
-¿Ves? Ya no te pican.- Le comentó Mario sonriente al niño cuyos dedos no habían sido mordidos la tarde antes por muy poca distancia. Mario se puso muy contento ese día porque además se sentía útil ya que había podido ayudar a sus amigos y a otros chiquillos.-Ahora ya sabéis lo que tenéis que hacer para ser amigos de los pavos reales.

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